Igualdad de oportunidades ante los medios
Casi una treintena de palaciegos se familiariza con la práctica del periodismo en Andalucía y se compromete a “leer y ver a partir de ahora de otra manera” en el taller de Medios en Igualdad impartido por el periodista Álvaro Romero
Cuando la mayoría del alumnado que participó en el taller Medios en Igualdad impartido en Los Palacios y Villafranca estaba naciendo, la televisión lo había hecho con ellos en un país que salía retratado en las casas donde estaba el aparato -que no eran todas- en un blanco y negro que simbolizaba la escasez de recursos, pero también el radicalismo maniqueo de una dictadura que no admitía medias tintas.
La caja tonta se coloreó antes de que muriera el dictador, pero la única voz a la que se escuchaba seguía siendo la voz de su amo. El cine internacional que se colaba en los comedores donde se apretujaban los chiquillos de toda una calle seguía respondiendo a la llamada del Hollywood ramplón que pasaba el examen de la censura. Incluso cuando asomó el destape, los periódicos seguían subrayándose al anochecer, antes de que se diera el esperpento de tener que comprar todos los ejemplares alguna mañana de libertad desmedida.
“No sabía hasta qué punto los medios tienen que ver con los políticos y al revés”
De modo que cuando irrumpió la democracia, que lo hizo de la mano de algunos medios estrenando libertad de expresión como quien estrena zapatos nuevos, a todos les impactó el reto de tener que utilizar el criterio y la responsabilidad de una audiencia que no sabía ni que lo era.
“He abierto los ojos esta tarde”, dijo Elisa Vega, una de las alumnas casi al terminar el taller, y añadió: “Porque yo no sabía hasta qué punto los medios tienen tanto que ver con los políticos y al revés”. Ella lo dijo de viva voz, pero muchos compañeros asintieron en silencio, no solo porque también se sentían sorprendidos de que “tres o cuatro horas se nos hayan hecho cortísimas”, como sentenció Teresa Fayos, otra participante en el taller, sino porque la mayoría estaba deglutiendo que se había incorporado a una democracia por las bravas sin haber terminado de entender en su justa medida que la democracia no hubiera sido posible jamás sin el periodismo, y más allá, que seguía sin serlo.
A José Luis Castillo, amante de la radio hasta el punto de dormir y amanecer con ella, lo sobrecogió descubrir que solo hubiera un grupo mediático en Andalucía que llevara siglo y medio intentado aglutinar un periodismo hecho desde nuestra tierra.
Por su parte, a Mila Vela le alegró la tarde que la iniciativa Medios en Igualdad contara además con un Observatorio para señalar o aplaudir las prácticas despreciables o encaminadas a la integración de toda la población, incluidas todas las minorías que somos la mayoría si nos observamos de cerca, porque personas con alguna discapacidad, como comprobaron que agencias como Servimedia habían popularizado, somos todos, aunque los medios hayan tardado en liderar la lucha por la integración y normalización en su discurso de todas las personas, independientemente de su raza o de su orientación sexual.
“Prefiero que me llamen por mi nombre”
Todos descubrieron hasta qué punto la realidad mediática del país se engarza a unos pocos grupos de comunicación que ejercen de cuarto poder aventajado, y muchos entendieron el peligro de una excesiva concentración del control informativo; se alegraron de conocer otros medios alternativos que apuestan por financiaciones distintas a la publicidad tradicional; aprendieron a distinguir entre información y pareceres; entendieron la importancia del quién dice qué y con qué intereses en una nueva realidad dominada por las redes sociales en la que todos somos corresponsables de lo que se comparte; se entusiasmaron leyendo portadas dispares de distintos medios en la misma jornada; y se indignaron con la utilización de un lenguaje marginador o de la mujer en unas condiciones de desigualdad frente al hombre, aunque mostraron su cómplice solidaridad con Nuria del Saz, la periodista ciega que innovó en su profesión de contadora de realidades para las que no precisaba ver, sino que la vieran, desde la pionera iniciativa de la Radio Televisión Andaluza de colocarla en una redacción y un plató con toda la justa naturalidad del mundo y el asombro de compañeros de toda Europa.
Una compañera le preguntó a Isabel Díaz, en silla de ruedas, que si prefería que la llamasen “minusválida” o “discapacitada”, y ella contestó sin dudarlo: “Prefiero que me llamen por mi nombre”.
Cuando terminamos de hacernos la foto de familia, todos salían a la calle con el reto de responsabilizarse de lo que miraban y de lo que se dejaban contar como ciudadanos críticos que prefieren las cosas claras, el chocolate espeso y el periodismo, plural.
Álvaro Romero Bernal
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